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sábado, 28 de enero de 2012

Sangre en el río

Daniel, ese era su nombre.
Daniel era un joven de tan solo veinte años, petiso, flaco, de ojos azules y cabello morocho. Tenía una nariz muy pronunciada y orejas muy pequeñas.
Daniel era huérfano, nunca supo nada de su padre y su madre murió en el trabajo de parto. Se crió en un orfanato, hasta que llegó a la mayoría de edad. Las mujeres que trabajaban allí nunca lo trataron con cariño, parecían máquinas sin sentimientos, y los niños siempre se alejaban de él.
Daniel estuvo siempre solo. Cuando salió del orfanato consiguió entrar en una universidad pública, en la cual también se alojaba. En la universidad nunca le dirigían la palabra, siquiera los profesores.
Daniel era como una sombra, la gente lo ignoraba, no lo veía. Hablaba y nadie lo escuchaba, hacía algo y nadie lo notaba. No había quién lo felicitara por sus buenas notas, no había quién lo reprimiera por tomar alcohol, fumar o robar. 
Daniel se daba el lujo de hacer lo que quisiera, hasta que se cansó. Se cansó de tanta libertad.
Daniel siempre quiso ver un río fluír, siempre quiso nadar en esas aguas inquietas sin rumbo fijo. Pero nunca tuvo la oportunidad, nunca nadie lo llevó, nunca nadie lo acompañó.
"Si no soy nadie, si no soy nada. No existe persona en el mundo que me quiera, que me valore, que me conozca siquiera ¿Por qué permanecer aquí, vivo, en esta tierra?" Fue ese pensamiento, el que hizo que Daniel tome la decisión de su vida y de su mismo fin: morir.
"Cuando muera... quiero que arrojen mis cenizas al río. Pero si nadie se ocuparía de siquiera cremarme, ni tampoco de tirar mis restos al río. Tendré que hacerlo yo mismo." Y este fue el pensamiento de Daniel que nos lleva al título de esta historia, y el por qué la encuentro tan particular como para contarsela.
Fue un 27 de noviembre que Daniel viajó hasta el Río de la Plata y se arrodilló en una orilla. Cerró fuertemente sus ojos, y sin pensar jaló del gatillo.
Su cuerpo ya sin vida cayó fuertemente al río. Podía verse cómo su roja sangre teñía las aguas del río y cómo Daniel se hundía lentamente.
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Fue triste no haber llegado a tiempo para salvar a mi hijo. Toda mi vida lo vigilé de cerca, pero nunca me animé a formar parte de su vida. Abandoné a mi mujer cuando me enteré que estaba embarazada y tenía miedo de que Daniel me odiara por eso.
Cuando abandonó la Universidad con todo su dinero en los bolsillos y sin siquiera una valija supe que algo andaba mal. Registré su cuarto y encontré un diario en el que escribía todos los días. Allí comentaba sus deseos de morir y dónde planeaba hacerlo. Enseguida fui hasta allí, no podía permitirle hacerlo.
Ví a mi hijo quitarse la vida frente a mis ojos, ví como su cuerpo desaparecía de la vista y se alejaba en las profundidades del río. Ví como perdía a Daniel, a mi pobre Daniel, por no haberme atrevido a formar parte de su vida.
Hijo, si tan solo supieras que yo sí te veía, que yo si te notaba, que a mi sí me importabas y cuánto te quería y valoraba.

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